El filósofo griego Esopo escribía
hace siglos: “los hombres con frecuencia aplauden las imitaciones y abuchean lo
que es esencial”
Pareciera que en México y tal vez
en Latinoamérica nuestros patrones de consumo son importados de Estados Unidos,
por ejemplo, sucede con la música, la moda, ahora también con la literatura
(Harry Poter, Las crónicas de Narnia, Los juegos del hambre, etc) y no es
porque no considere que son valiosas sus aportaciones, sino porque no surgen
con la misma fuera autores en nuestros países.
En la tecnología, sucede algo similar,
los automóviles, los equipos médicos, la maquinaria industrial, son ingleses,
norteamericanos, alemanes, italianos, franceses y ahora hasta ¡chinos!, salvo
honrosas excepciones no tenemos en nuestros países un desarrollo tecnológico
aceptable, vivimos en el tercer mundo.
En las empresas pasa algo
similar, muchos de los ejemplos de las escuelas de negocios latinoamericanas,
se escriben en Harvard, o en alguna otra escuela de negocios europea o
latinoamericana, será que no tenemos propios casos de éxito o será que también
ahí se vive un malinchismo en el que, el solo hecho de estar escrito en inglés,
presupone mayor calidad. ¿No será este un supuesto que no se aplica siempre?
Hace algunos meses camino al
aeropuerto de Monterrey con un colega profesor de una escuela de negocios
acompañado de uno de sus clientes, me preguntaba sobre el tipo de proyectos que
realizaba y cuando le comente que desarrollaba modelos de innovación, su
primera pregunta fue con relación a la metodología que usaba, al comentarle que
era una metodología propia respondió que porque no usaba alguna que estuviera probada
como alguna de la desarrollada por alguno de los sabios que ha escrito libros
al respecto. SU respuesta me pareció acertada pero me quede pensando si no
estaríamos limitando nuestras aspiraciones a desarrollar algo nuevo y útil.
Lo vemos en los nombres de muchos
niños: Bryan, Brandon, Boris, o de las niñas: Jenifer o Britney. Escribir los
nombres en inglés no significa que sean globales, ¿no estaremos perdiendo lo
esencial por copiar?
Estados Unidos en un ejemplo en
muchos sentidos, en la forma en la que hacen negocios, en la innovación, en su
capacidad de riesgo, en la exigencia de sus universidades, en su patriotismo, en
el respeto a la ley, etc. ¿No podríamos
seguir admirándolos y hacer nuestra propia historia?
¿Cómo podríamos respetar nuestra
identidad y al mismo tiempo ser globales? ¿En dónde radica nuestra capacidad
por entender el mundo, tomar lo esencial y continuar siendo nosotros mismos?
No es el objetivo de este blog
hacer un himno al patriotismo ni mucho menos, sino llevar a la reflexión sobre
la forma en la que miramos el mundo desde nuestro lugar, en cómo podemos tomar
lo mejor de esos mundos desarrollados para aplicarlo en nuestros mercados, en
cómo podemos conectarnos con ese mundo desarrollado para compartir con él
contactos y posteriormente riqueza sin dejar de ser nosotros mismos.
La idea de pensar en global tiene
que ver con la escalabilidad, en concebir a los negocios para competir en el
mundo, siendo el mejor, pensando en el mercado en global, ya que así estaremos
pensando en un negocio de alto impacto, por esa razón habrá que pensar en un
buen nombre desde el principio que nos permita traspasar fronteras.
Debemos pensar en cuando es el
momento para pensar en escalarlo, seguramente será mejor probar nuestra idea
una y otra vez hasta estar seguros de la necesidad y del cliente al que
buscamos satisfacer. Probar antes de escalar es la clave: el mercado al que se
quiera atender debe ser observado y probado.
La escalabilidad tiene sus
caminos y sus tiempos, sólo escalando y atendiendo otros mercados distintos al
propio es cuando una empresa puede comenzar a crecer, para ello es necesario un
modelo de negocio probado y con las suficientes adaptaciones locales que
permita aprovechar de forma local la visión global. Un negocio nace global en
la cabeza de su fundador, aún cuanto tarde el tiempo suficiente en llegar a
otros mercados.
Global y local, dos caras de una
moneda que no deberían verse como antagónicas sino como complementarias, aún
cuando estas se den en tiempos distintos, sobre todo si hacemos caso de lo que
hace muchos siglos nos recomendó el filósofo Esopo: no descuidar lo esencial
por imitar.
Jorge Peralta@japeraltag
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