El viejo management, el que se centraba
en la planificación y el control parecen insuficientes para los nuevos tiempos.
Cuando los números no son los adecuados, casi siempre la iniciativa de bajar
gastos como una buena fórmula para mantener un endeble equilibrio. Por sentido
común se trata de una medida obligada, sin embargo, en más de una ocasión, esto
es sólo una aspirina; seguramente en muy poco tiempo esos recortes no serán
suficientes y habrá que ir por uno nuevo.
Las consecuencias de los recortes
presupuestales no tienen su efecto solo en las cuentas de la empresa sino
también en el estado de ánimo de la organización, nadie quiere moverse ni
intentar nada nuevo porque los recortes afectan el día a día de la
organización. Los recortes podrán ser una muy buena idea de corto plazo pero si
no van acompañadas de otras medidas casi siempre son insuficientes.
De lo que podemos estar seguros, es que
esos recortes no lograrán una nueva ola de aceptación por parte de los
clientes. A los clientes les importa un rábano tus recortes, ellos lo que
quieren es un mejor servicio, un mejor precio, productos y servicios de mejor
calidad, un mejor tiempo de entrega. Al cliente no le interesan tus recortes.
Cuando esos recortes también llegan a las
áreas comerciales, el mensaje que se suele dar a los clientes, es con
frecuencia negativo, y el cliente se pregunta: “¿estarán pasando por
dificultades?” En ocasiones no tenemos alternativa, los recortes son necesarios
cuando son necesarios, sin embargo no podemos quedarnos con esa receta,
conviene siempre combinarla con una visión más alta y pensar como se pueden
generar más ingresos porque de otra forma nos pasará lo que al perro de la tía
Cleta:
“Ya que se estaba acostumbrando a no
comer, se murió…”
El control de costos sirve para flotar el
barco y para sostener la situación pero no llevan la organización y el
crecimiento. La fórmula del crecimiento pasa necesariamente por acciones que
tienen un poco más de riesgo, pasan necesariamente por la innovación.
En algunas empresas, los jefes se pierden
ante ese tipo de decisiones, con frecuencia confunden la innovación con la
mejora continua. La mejora continua es más amable, es irresistible, todo mundo
la ama porque no significa un cambio de paradigma, no nos obliga a pensar
diferente sino sólo hacer mejor lo que ya hacemos. Todos las mejoras que están
a nuestro alcance hay que hacerlas pero en muchos casos no es suficiente.
Innovar es un cambio más profundo, cuesta
y aún cuando el mercado de muestras de agotamiento, es más común adecuar la
estructura interna de la empresa a una realidad de la que se intenta sobrevivir.
Es más fácil ir por la mejora continua que montarse en un nuevo tren de
construir una realidad distinta que ponga a la organización en el corazón y
preferencia del cliente.
Construir una nueva propuesta de valor no
es fácil, implica riesgos, los cuáles no siempre son fáciles de digerir y
siempre existe la tentación de aplicar recetas viejas, aquellas que en un
pasado dieron resultado. Los jefes quieren pero la complejidad de su
organización les impide cambiar ágilmente y los miedos de perder la seguridad
adquirida en ocasiones los paraliza.
Muchas organizaciones están sumergidas en
un escenario de complejidad, donde el control es la premisa más importante,
estructuras montadas alrededor de la protección, de todo lo que pueda afectar:
Empleados, gobierno, competidores y aunque no lo creas también de los clientes.
Es esa complejidad la que no permite pensar en sencillo, de ponerse en los
zapatos del cliente para entender que ya tiene otros problemas distintos y
formas nuevas que los lleven a repensar si quiere continuar con nosotros o no.
Si esas organizaciones no salen de su complejidad no les auguro mucho tiempo de
vida.
Algunos de los jefes que tendrían el
deber de tomar decisión sobre el cambio ven la innovación como una función más,
y como es un tema que les incomoda, prefieren delegarlo, así como la
contabilidad o las ventas, que “alguien” se encargue de la innovación y que
vaya viendo todo aquello que se pueda hacer sin “dinero” y “sin riesgo”.
Mientras ellos no se involucren en el tema, la innovación será un tema más, al
que hay que buscarle un rincón en la organización pero no forma parte de su
ADN.
Innovar tiene sus riesgos, pero no
innovar los tiene aún mayores.
Jorge Peralta
@japeraltag
@ideariaLab