Existen varias posturas respecto
a cuál es la mejor edad para emprender. Muchos piensan que entre más joven
mejor, porque lo propio en la gente joven es buscar ideales grandes sin reparar
demasiado en el esfuerzo que implican, es la edad de ir en busca de los sueños.
Muchos otros piensan que justo es en una mediana edad en la que se cuenta con
la madurez suficiente, las capacidades desarrolladas y la experiencia necesaria
para un proyecto de envergadura como lo es emprender.
Es en la juventud cuando se
cuenta con la energía suficiente para arrojarse a conseguir ideales grandes; en
esa edad se cuentan con muy pocas cosas como realmente propias, lo que hace que
el riesgo de una persona de esa edad sea visto de forma natural: no se tiene
nada que perder. El no contar con los compromisos que representa una familia
formada, hijos, deudas, etc., hace que los jóvenes con perfil emprendedor se
lancen a grandes aventuras. Sin embargo también es evidente que a esa edad el
conocimiento y experiencia que se puede tener sobre ciertos sectores de la
economía son escasos, lo cual los imposibilita para contar con ciertos
criterios de decisión.
Por otra parte, las personas más
maduras, que tienen toda la experiencia y viven de cerca las oportunidades de
un sector, muchas veces ya no tienen el mismo nivel de riesgo que en su
juventud; ya tienen familia formada, compromisos económicos, hipoteca,
créditos, etc. No existe una combinación perfecta: cuando se tienen las
condiciones ideales falta la experiencia, y cuando se tiene la experiencia la
capacidad de riesgo baja.
¿Será entonces la edad una
limitante, o más bien se convierte en un activo? La realidad es que hay casos
de éxito de emprendedores muy jóvenes y hay otros menos jóvenes con más
kilometraje recorrido y en algunos casos con experiencia y recursos para
soportar las primeras etapas de un startup. Tal vez, más que la edad, es una
combinación de varios factores, entre los cuales la edad es uno de esos
elementos que no son determinantes, más bien son otros los que más influencia
tienen en la decisión, entre ellos podríamos mencionar:
1)
Contar con un proyecto que genere ilusión, que
logre apasionar al emprendedor, para ello no hay edad. Sin ilusión difícilmente
se avanza a gran velocidad si se tienen riesgos en el camino.
2)
Algunas heridas de batallas anteriores. Se dice
por ahí que el aprendizaje es directamente proporcional al dinero que pierdes,
por eso, cuando iniciar un startup va precedido de un fracaso, representa
contar en el inventario, experiencias de mucha utilidad, huellas de guerras
anteriores. Hay experiencias que perjudican, las heridas de batallas son una
gran herramienta si las sabes procesar adecuadamente. Si el fracaso llega a
temprana edad capacita inmejorablemente para las batallas posteriores.
3)
Contar con un flujo mínimo que permita tener la
serenidad suficiente para los primeros pasos; o bien si no se cuenta con él,
salir con toda la audacia y energía suficiente porque no hay margen de
maniobra. Esto ayudará a soportar de forma adecuada el riesgo inminente de un
inicio.
4)
Validar suficientemente la oportunidad. Con las
mejores herramientas a tu alcance intentar probar la oportunidad del mercado
desde la perspectiva del cliente y asegurarse de su escalabilidad,
diferenciación y su sostenibilidad en el tiempo.
5)
Confianza en sí mismo. Con el talento suficiente
y el trabajo a tope, cuantas cosas grandes se logran.
La edad no siempre da
experiencia, y en otras ocasiones la experiencia no siempre es útil, en algunos
casos la experiencia se convierte en un estorbo porque está llena de paradigmas
que no permiten enfrentar el futuro, en ese sentido hay experiencias que
perjudican, que hacen daño.
Más que pensar en una edad, será
necesario pensar que lo verdaderamente para emprender es tener la madurez
suficiente para entender la magnitud del proyecto que vamos a comenzar y el
nivel de riesgo en el que nos vamos a meter. Reflexionar con relación a, si
contamos o no con las capacidades necesarias para sacar adelante un proyecto,
lo cual, en caso de ser negativo no nos debe impedir lanzarnos, sino más bien,
nos ayudará a pensar sobre cómo encontrar el talento que necesitamos para
complementar el nuestro y encontrar salidas que nos ayuden a pensar en el cómo sí.
Para arrancar una empresa se
necesita, si tener una oportunidad validada en puerta, pero sobre todo una
confianza en uno mismo y una madurez que te lleve a darte cuenta de tus
limitaciones y de la ayuda que necesitas para lograr tus objetivos. Prudencia,
para saber qué hacer y en qué momento hacerlo, pero no de esas falsas prudencias
que te llevan a no decidir por temor al futuro o por no entender que no hay
caminos fáciles, que el único que no fracasa alguna vez es que no se decide a
intentarlo.
Un emprendedor es aquella persona
que conjuga en presente el verbo actuar, que no se deja llevar por miedos
paralizantes, que sabe calibrar aún con cierto nivel de incertidumbre, cuando
un proyecto tiene posibilidades de salir adelante.
Muchas de las dificultades surgen
hasta después de comenzar, aun cuando se tenga el mejor análisis y la mejor
validación del mercado, hay cosas que suceden hasta el momento de la ejecución.
De la misma forma hay virtudes que sólo se forman en el camino, no encontrarás
ninguna respuesta desde la comodidad de un Starbucks; muchas veces el éxito no
surge en la primera vez que se emprende, en ocasiones es hasta la segunda, la
tercera o la siguiente.
Si alguien descubre su vocación
de emprendedor a una temprana edad, que no lo piense dos veces, que no pierda
la oportunidad de revisar que sectores son los que más le apasionan, las que más
le divierten y le generan mayor interés. Si esta vocación se descubre un poco
más tarde, ya se tendrán elementos suficientes para analizar oportunidades en
aquellos sectores que más conoces, siempre hay dolores en mercados atractivos
que son desatendidos, ¡ahí están las oportunidades!
En la juventud o con mayor edad,
lo más importante es contar con la madurez y la audacia suficiente para
lanzarse, aún con los riesgos que implica la aventura de generar riqueza para
nosotros y para los demás, dejando a un lado la seguridad de un ingreso fijo,
es parte de la naturaleza de un emprendedor. Es necesario estar preparado para
todo, principalmente para manejar el éxito y el inevitable crecimiento, pero
también es necesario estar preparado para el fracaso, para intentarlo una vez
más de ser necesario. Las ilusiones de triunfar, no tienen edad.
Jorge
Peralta
@japeraltag
@innovadisrup