Había un vez una mediana empresa que tuvo todo para crecer y
convertirse en una potencia pero por falta de compromiso de sus líderes y de
sus integrantes no lograban avanzar con todo su potencial.
Su ventaja competitiva más importante era tener a su cliente más
importante de vecino, una gran empresa, la más grande del mundo. Durante muchos
años la pequeña empresa vivió a la sombra de lo que su principal cliente le
compraba, el 75% de sus ventas se destinaban a su vecino y aún cuando
construyeron buenas relaciones con otros clientes la principal ilusión de
muchos era venderle más al vecino, entre más mejor.
La cercanía con el vecino fue permeando también en la cultura,
para muchos, salir de la mediana empresa para incorporarse a las filas de la
empresa vecina se veía como un triunfo, como el más grande logro. Así como el
vecino compraba el 75% de la producción de todo lo que la pequeña empresa
vendía, sus empleados consumían también muchos productos que fabricaba el
vecino, incluso era común pensar que lo que se hacía en la empresa del vecino
siempre tenía mayor calidad que lo que se producía en la empresa mediana.
Esa buena vecindad se tradujo en acuerdos para que la integración
tuviera más frutos para ambos, las actividades de mucho valor agregado se hacían
en el gran vecino y las actividades de menos valor se hacían con el vecino
pequeño, al final sus costos permitían que todos ganaran algo más; el gran
vecino conservando su competitividad y el vecino pequeño tenía trabajo para sus
empleados.
Los líderes de la empresa mediana comenzaron a ver al gran vecino
como el ideal a seguir, se buscaba ir a tomar ciertos curso de capacitación en
su territorio y esa admiración que se tenía por el vecino fue cambiando la
forma de pensar de muchos. Los que por familia pertenecían a la mediana empresa
preferían hablar y vivir como lo hacían los vecinos, usaban palabras, modos
vestir y demás costumbres propias de los vecinos. El resultado poco a poco se
fue perdiendo la identidad y los hijos de esos líderes habían perdido la
emoción por sus colores.
Los empleados de la pequeña empresa se han dividido, su base común
se ha perdido y con el tiempo una parte ha crecido a imagen y semejanza del
gran vecino y otra parte se ha perdido en la indiferencia, en la ignorancia.
Sus líderes en vez de fomentar la unidad han provocado más división poniendo
sus intereses alineados con los de algunos de los grupos privilegiados que se
han desarrollado a la luz del vecino. El resultado ha sido una empresa dividida
sin visión común, sin un liderazgo claro y con otros líderes adormecidos sin
visión para cambiar.
Un día el gran vecino cambio de líder y la relación de amistad se
enfrió, el líder de la gran empresa comenzó a presionar de tal forma que
incomodó a sus pequeños vecinos, les echó en cara su grandeza y les comenzó a
reclamar su dependencia. El reclamo llegó más allá, se convirtió en amenazas e
insultos que estropearon el ambiente de cordialidad por un ambiente tenso.
La mediana empresa esta en un momento crucial, algunos de sus
empleados no salen del asombro y están temerosos de que cambie su condición, de
que el gran vecino deje de comprar y se ponga en peligro los privilegios que
han construido. Muchos se han llenado de miedo al ver peligrar el status quo,
entienden que es un momento crucial pero el
miedo los paraliza.
Otros se han cuestionado seriamente el modelo y ven esta coyuntura
como una gran oportunidad de comenzar a retomar el rumbo de ganar nuevamente en
independencia, de aprovechar la vecindad para venderles lo más que se pueda
pero sin depender de ellos. Un grupo esta buscan nuevas oportunidades en otros
territorios y están encabezando un gran movimiento de transformación.
Los líderes no salen del asombro y están aprovechando este
movimiento para hacerlo suyo pero siguen siendo erráticos con movimientos
torpes que no hacen más que aplazar temporalmente la crisis. Algunos líderes con la convicción de que
tienen una gran oportunidad para cambiar el rumbo de la historia están
manteniendo la esperanza de que esta situación es para bien. Algunos otros
siguen teniendo miedo y aprovechan ese miedo en muchos para evitar cambios
fuertes y mantener la dependencia del gran cliente.
¿Qué les dirías para que se decidan a promover un cambio que los
lleve a sacarle el máximo potencial a la vecindad sin perder su identidad? ¿Qué deben hacer para corregir esa división que se ha sembrado en sus filas? ¿Cómo
tendrían que comportarse los líderes de las distintas facciones para promover
un cambio real? ¿Será que la organización todavía tiene esperanza o estará obligada a un destino fatal y fallido?
Parece que los lastres son más mentales que de potencial y recursos. Si no se apuran, tal vez sea demasiado tarde….
Jorge Peralta
@japeraltag
@idearialab
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