El momento de la verdad es cuando un cliente esta convencido de
comprar; y cuando nos referimos a productos de alto valor, servicios
sofisticados o intangibles en el que no es fácil valorar el peso específico de
la persona que hace la labor comercial. ¿Qué pesa más: la oferta, la marca, el
prestigio de la empresa, la persona que lo ofrece? ¿Dónde esta el factor
diferenciador?
El convencimiento del cliente depende de muchos factores, y
siempre será una combinación de la necesidad específica con el potencial de la
oferta y de la persona que lo ofrece. En cada uno de estos elementos existe la
posibilidad de “conectar” con la persona que decide la compra, es una
combinación de factores que es difícil discernir el peso que cada una tiene.
El secreto esta en entender dónde están las motivaciones de compra
de las personas, lo que los lleva a decidir un SI o a pensarlo mejor, es un
tema de empatía o antipatía a final de cuentas y de las posibilidades que se
encuentren disponibles. Por ejemplo, una marca podrá ser muy antipática pero si
no hay una opción mejor, nos aguantamos mientras existe alguna, pero apenas
surja una nueva oportunidad estaremos dispuestos a probar.
Luego entonces, lo más relevante en una oferta será la
diferenciación y la forma en la que ésta impacta en las necesidades reales o
percibidas de los posibles usuarios.
¿Como construir esa diferenciación? Es aquí donde chocan dos
formas de pensar, en apariencia contrapuestas pero que más bien tienen una
utilidad distinta. Si se trata de un producto común, nada mejor para lograr la
diferenciación que ir con el cliente para conocer de primera mano el valor que
el producto le aporta y en que cosas se podría mejorar su experiencia. Pero si
se trata de un producto desconocido no podremos hacer preguntas sino más bien
ponerse en los zapatos del cliente para comprender si se conoce bien sus
dolores y necesidades más apremiantes.
Siempre hay que ir de la mano del cliente pero no de la misma
forma. En ocasiones, las hipótesis girarán alrededor del uso que el cliente al
producto o servicio y que tanto satisface sus expectativas; en otras, las
hipótesis girarán alrededor de si vale la pena o no centrarse en resolver el
problema que ese tipo de cliente sufre.
Conocer al cliente, entender al cliente, ponerse en los zapatos
del cliente, sentir como siente el cliente, es una absoluta necesidad para el
que quiere construir una propuesta de valor irresistible. Haber logrado el
éxito lleva a suponer que se conoce al cliente con tal profundidad porque en la
práctica se ha demostrado que la felicidad del cliente.
Llegar al éxito es un gran mérito, pero tiene un gran peligro:
hacerte caer en la zona de confort, estar tan seguro del cliente que te dejes
de cuestionar si hay cosas que debes cambiar o incluso si ya es tiempo de
pensar en una propuesta que “destruya” tu actual propuesta exitosa. Si la
piensas tu para avanzar radicalmente, ya hay alguien que la esta pensando por
ti, con el riesgo de que llegue antes, más y mejor de lo que tú lo has hecho.
No te esperes a que suceda, comienza con el cambio ahora.
No hay mejor camino que diseñar desde el cliente, porque si
diseñas desde tu experiencia, desde tu camino seguro, desde tu zona de éxito, lo más probable es que te
estés dejando llevar por lo que te conviene a ti y no por lo que le conviene a
él; ese es el mejor camino para perderte, tarde o temprano.
Lo más peligroso para el éxito es que nada es para siempre; y todo
lo que sube baja; por eso, la única
forma de subir siempre es ir de la mano con el cliente para adelantarte a todas
aquellas cosas que le gustaría y ofrecérselas antes de que las piense; en otras
palabras sorprenderlo, esa es la clave para mantener su preferencia.
El éxito es el mejor aliado para entrar en zona de confort, si no
lo descubres a tiempo.
Jorge Peralta
@japeraltag
www.idearialab.com
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