Cada
vez me convenzo más del poder de comunicación que tiene la lengua de
Shakespeare. Para mucha gente si esta escrito en inglés se ve mejor, luce más
inteligente, más propio, más profesional, más “cool”.
Desde
hace tiempo es mejor hacer un “benchmarking” que una comparación, definir un
“target” en lugar de un segmento objetivo, hablar de “teenager” en lugar de
adolescente. De la misma forma, contar con un título aún cuando sea de la
Universidad de Texas en Bronsville será mejor que uno de la UNAM o del Tec de
Monterrey; si es en inglés será mejor!
Los
economistas mexicanos Luis Rubio y Luis de la Calle comentan en su estupendo
libro “Clasemediero” (2010) como han cambiado los nombres de los mexicanos en
el registro civil, antes llamarse Javier, Luis, Jesús, era de lo más común;
ahora los nombres con mayor frecuencia son Brandon, Bryan, Christian, etc. Para
muchos padres, poner a sus hijos nombres en inglés resulta aspiracional. Si es
en inglés posiblemente se abran nuevas oportunidades para sus hijos.
En
la transmisión de conocimiento funciona exactamente igual, si hay que elegir
entre un conferencista uno de apellido González y otro de apellido Smith, es
mejor que sea en inglés, “seguramente será mejor”. Los centros de conocimiento
compran métodos de origen sajón, porque es en ese idioma donde se construye lo
más actual, el conocimiento de punta. Hace pocas semanas asistí a
un curso de un profesor de una universidad de Estados Unidos y
experimenté esa extraña sensación de cuando compras cristales y te venden
vidrios, pero si te los venden en inglés tienen más posibilidades de
auto-engañarte. ¡Yo he llegado a pensar que el juicio final será en inglés!
No
es mi intención negar, que desde el siglo XVIII-XIX, los países sajones, en
particular Estados Unidos e Inglaterra, ¡no soy anti.imperialista yanqui!. Tal
vez en algunos campos del saber Alemania y Japón lideran la generación de
conocimiento y el desarrollo tecnológico, sin embargo una cosa es reconocer el
liderazgo de ciertas naciones y otro el abdicar la posibilidad de construir
conocimiento propio. Otras regiones, en particular Latinoamérica también tiene
cosas que aportar, pero bajo otro contexto; también existe gente valiosa que
tiene experiencias que comunicar, con la ventaja de que sus experiencias tienen
nuestro contexto y por lo tanto son más aprovechables.
Si
compartiera contigo cuales han sido mis fuentes en estos años metido en temas
de innovación, son una mezcla de autores de distintas latitudes, autores como
Eric Von Hippel (Democratizing Innovation, 2005), Clayton Christensen (The
innovator´s dilema, 1997), Henry
Chesbroug (Open Innovation, 2003), Eric Ries (The Lean Startup, 2009) todos
ellos en Estados Unidos, pero también me han marcado fuertemente verdaderos gurús
como Javier Megías, Xavier Marcet, Alvaro González Alorda, Luis Huete, Rogelio
de los Santos, Juan Ginebra, Virginio Gallardo, Xavi Sánchez, Eduardo Kastika, Xavi Sánchez, Jorge Zavala, Ignacio García, Martha Domínguez, Germán Castaños y
muchos otros con origen latino que escriben en castellano.
En
el fondo, no creo que se trate de falta de capacidad o que los sajones cuenten
con una carga genética superior que los capacite para generar un conocimiento
más valioso que los latinos, más bien se trata de una falta de seguridad en
nosotros mismos que nos incapacita para construir conocimiento, no por una
falla genética, sino por un problema de actitud, hemos dejado de confiar en
nosotros mismos. Aún cuando hay personas decididas a cambiar esta realidad,
falta mucho por hacer.
Cuando
una sociedad abdica de construir cosas nuevas y confía más en lo que han hecho
otros, se convierte en una sociedad de consumidores, una sociedad en la que es
mejor poner una franquicia que construir un concepto, hacer un “cover” que
construir música original, confeccionar una playera con un “diseño similar a…”
que lanzar una línea propia, representar una empresa que generar una propuesta
novedosa, traducir un libro que redactar uno. Pensar es fundamental, pero a
fuerza de no hacerlo con frecuencia, se termina pagando a otros el esfuerzo de
crear y de generar cosas nuevas.
Si
no somos capaces de confiar en nosotros mismos, el futuro nos dará miedo,
preferiremos esperar a que los adelantos se generen en otras latitudes para
después copiarlos ya que estén probados. Es verdad que vamos tarde y que
recuperar el terreno puede ser prácticamente imposible, pero sería triste no
intentarlo y no llegar lo más lejos que podamos llegar. Confiar en nosotros
mismos y en nuestro potencial nos abrirá la puerta a perder el miedo, a
intentarlo, a liberar el potencial de talento que existe en nuestra región para
aportarle al mundo lo que podamos aportar.
No
es un asunto sólo de buenas intenciones, será necesario estudiar, trabajar, y
esforzarse como el que más para cubrir nuestras deficiencias y recuperar el
terreno perdido. Aprender de lo que se ha hecho en otras regiones, pero no
copiar y no dejar de pensar y de crear. De esta forma será posible proponer
soluciones a muchos problemas que, al ser los directamente interesados e
involucrados, se podrán resolver de la mejor forma, sin esperar soluciones de
otras latitudes. Pensar es gratis y confiar en ti mismo también, de eso
dependerán muchas cosas buenas.
Este
artículo es el número 100, cien semanas consecutivas compartiendo contigo,
escribiendo para ti, muchas gracias por estar ahí y por los comentarios y
aportaciones que me has hecho en este tiempo, aquí seguiré. La intención ha
sido provocar la reflexión en diversos temas que considero son de interés para
impulsar un México innovador que deje de pensar en el pasado para pensar en el
futuro, un futuro prometedor si trabajamos duro y confiamos en nuestro talento.
¿Tu
que opinas?
Jorge
Peralta
@japeraltag
@innovadisrup
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