Dicen por ahí que el mundo se divide en dos tipos de personas, los
optimistas y los pesimistas. La realidad es que todas las personas tenemos un
poco de ambas pero es verdad que tenemos la tendencia de acercarnos a una
posición o a otra.
Esta predisposición que existe entre los optimistas y pesimistas
no impide que la mayoría de las personas recordemos más los sucesos positivos
en nuestra vida que los fracasos; seguramente será por que los éxitos van
reafirmando nuestra personalidad y los fracasos son algo que no queremos
recordar. Antes, hablar de fracaso era algo que costaba trabajo, hoy se
hace apología del fracaso como un requisito indispensable para ser una persona
exitosa. A muchos les gusta hablar del fracaso pero sigue siendo muy difícil
aprender de él.
Saber diferenciar entre la equivocación y el fracaso es más
cotidiano, es darnos cuenta que en el día vamos acumulando pequeños éxitos y
pequeños fracasos que debemos ser capaces de distinguir, sin querer cambiarle
el nombre, sin autoengaños, siendo muy claros al llamar las cosas por su
nombre. No dejarnos llevar por lo que la gente piensa sobre el éxito o el
fracaso de nosotros mismos, es algo personal, íntimo que solo surge de la
introspección y de la reflexión interior.
Todos tenemos una gran lista de sucesos que no son agradables en
nuestra actividad profesional, pequeños micro fracasos que requieren de nuestra
inteligencia emocional para darle la vuelta rápidamente, pero sobre todo para
no perder el impulso por intentarlo nuevamente con la seguridad de que el error
es parte de la vida y una oportunidad de aprendizaje.
No podemos dejarnos llevar por el miedo y por la desconfianza,
debemos estar muy seguros de nuestras capacidades y ponerlas en juego una vez
más, convencidos de que con el paso del tiempo, si las hemos ejercitado, esas
capacidades irán en aumento: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Aún
en esos momentos difíciles en lo que se acumula una racha de pequeños fracasos
que nos pueden hacer dudar de nuestra capacidad debemos intentarlo de nuevo,
las capacidades siguen ahí esperando un nuevo reto.
Debemos dejarnos influir por la filosofía LEAN: “construye, mide,
aprende” en forma iterativa, lo que te permite, que la siguiente construcción
vaya superando la anterior retomando aquellas cosas que van generando más
valor. Lo verdaderamente importante es que en cada iteración exista un aprendizaje
real y que no lo veamos sólo como un peldaño más para evitar equivocarnos en lo
mismo, mejor en algo distinto que nos ofrezca una nueva oportunidad de
aprender.
Como lo menciona Luis Huete en su estupendo libro “Construye tu
sueño” las personas nos debemos reinventar periódicamente, cada 5 o 7 años
debemos reenfocar nuestra actividad profesional para actualizarnos, para
mantenernos vigentes, para no pretender vivir de las rentas, de los éxitos
pasados.
Nassim Taleb en su Fooled by Randomness (2004) explica esa
tendencia a creer que el mundo es más explicable de lo que realmente es,
buscando explicaciones incluso cuando no las hay, dándole un peso específico al
azar. Si bien hay circunstancias que no tienen explicación cuando una persona
es exitosa, si tiene explicación cuando una persona a pesar de sus
circunstancias sabe sobreponerse a todo, tanto al fracaso como al éxito.
Incluso él éxito suele tener impactos más devastadores en una persona cuya
madurez no le permite reflexionar sobre la temporalidad de los éxitos.
Dependiendo de tu personalidad tendrás una tendencia a
sobrevalorar el éxito minimizando el fracaso o bien la contraría hacer del
fracaso una montaña difícil de superar que te lleve a una actitud más precavida
en el futuro. Ambos extremos están equivocados, la madurez te debe llevar a
decidir cuando es necesario parar no dejándote llevar por una obstinación sin
sentido y cuando es necesario volverlo a intentar. Ni el éxito ni el fracaso
son permanentes, forman parte del continuo de la vida.
Esa sabiduría para saber cuándo detenerte y cuándo avanzar es
propio de personas maduras que saben poner en su justo medio las derrotas y los
triunfos. Así lo menciona mi querido amigo Francisco Espinoza:
“Ni eres el mejor cuando las cosas salen bien, ni eres el peor
cuando las cosas salen mal. Sigues siendo el mismo en un proceso de mejora”
Aprende de las equivocaciones, nada te impedirá tenerlas, ahora
solo debes esforzarte por aprender de ellas. Equivocarse no es fracasar, es una
oportunidad de aprender. Si no estás corriendo el riesgo de equivocarte señal
de que vas demasiado despacio, tal vez te falta reto. De la misma forma cuando
llegue el éxito, no te ciegues, también habrá cosas que aprender, reconoce de
muchas circunstancias que combinadas con tu esfuerzo y la ayuda de otros te han
llevado ahí.
La madurez te llevará a poner en el justo medio todas tus
experiencias, independientemente si los demás los juzgan éxitos o fracasos.
¿Tú que opinas?
Jorge Peralta
@japeraltag
www.innovaciondisruptiva.mx
@innovadisrup
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