La innovación no es algo nuevo, es algo que las empresas han hecho
desde siempre, sin embargo, en este siglo se ha puesto de moda porque es algo
indispensable cuando las organizaciones quieren mantenerse vigentes. Sin
embargo, no se trata de una moda pasajera sin una razón de ser profunda, como
sucede con otras muchas; no, se trata de algo que llego para quedarse porque el
mundo esta en un continuo y acelerado cambio.
Tal vez el cambio acelerado es lo que provoca que la innovación
sea una constante en la mente de todos los que dirigen empresa y hoy sea un
tema recurrente en los círculos académicos, en las asociaciones empresariales,
y es considerado casi de forma unánime como un ingrediente necesario para el
éxito.
¿Habrá quien se atreva a no considerar la innovación como un tema
relevante en su gestión?
El problema con la innovación no es de buena prensa, todos están
de acuerdo con ella, el problema real consiste en provocarla de la forma
adecuada: en el momento adecuado, con las herramientas adecuadas y con las
personas adecuadas. Es justo en esa combinación de
momento-herramientas-personas lo que hace que no muchas organizaciones estén
dispuestas a llevar la a cabo y terminen siendo “simulacros de innovación”.
Los “simulacros de innovación” son esos intentos bien
intencionados por desarrollar innovación en las organizaciones que al caer en
varios vicios de origen terminan fracasando y lo que es peor, vacunando a la
organización para no intentarlo nuevamente. Fracasar siempre es bienvenido
cuando es parte de un proceso de aprendizaje, o bien cuando provoca la
reflexión de los temas que no funcionaron correctamente y se corrige para
avanzar.
La innovación requiere de los motivos correctos para hacerlo,
¿Cuál es el objetivo para innovar? ¿Crecimiento? ¿Diferenciación? ¿Nuevas
líneas? ¿Nuevos mercados? ¿Rediseño de la experiencia del cliente? Es una
pregunta que es indispensable responder: ¿Para qué queremos innovar? Si no se
puede responder esta pregunta, si solo es por moda o porque “todos lo hacen y
nosotros también” no vale la pena hacerlo.
La principal fuente de fracaso en los proyectos de innovación es
porque no se tiene una estrategia detrás, porque no hay un motivo claro para
innovar y posiblemente se estén cambiando prioridades sin causa objetiva.
Además de un propósito claro se requiere de otros tres
ingredientes indispensables:
- Propósito
- Metodología y herramientas
- Equipos de trabajo específicos preparados para hacerlo
- Ecosistema que aporte los recursos y talento que falten a la organización.
Sin esos cuatro ingredientes y una dirección con “ganas de hacer
innovación” pero no dispuesta a pagar su precio, la innovación será un buen
deseo y un riesgo latente para su operación ordinaria.
La innovación y la operación ordinaria requieren de un espacio
distinto, de una estrategia distinta, de un equipo y métricas distintas. La
operación se enfoca en la eficiencia, la innovación en el descubrimiento; en
estas ideas claras la innovación puede conducir al fracaso.
Jorge Peralta
@japeraltag
@idearialab
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