Dirigir personas es un arte y aún cuando se ha escrito toneladas sobre este tema, más que irnos por las recomendaciones del deber ser quisiera reflexionar contigo sobre la necesidad que tenemos todos de influir positivamente a otros.
También existe la confusión de que las personas que tienen el encargo de hacer cabeza en equipos de trabajo son líderes, pero no siempre sucede así. Los jefes, desafortunadamente no siempre son los líderes de la organización, y existen líderes en todos los niveles jerárquicos. Por esa razón en ocasiones los liderazgos reales no tienen nada que ver con el organigrama.
Sin embargo, una apreciación que genera amplio consenso es la necesidad de un liderazgo en la organización del siglo XXI que se mueve en ambientes de tanta incertidumbre a una gran velocidad. Estas organizaciones requieren de un liderazgo que sea capaz de transformar a otros inspirando para que ellos mismos promuevan su propia transformación.
Hoy estamos seguros de que no pueden existir organizaciones innovadoras sin personas innovadoras, y no habrá innovación sino existe un liderazgo capaz de transformar, sin capaz de inspirar. Nada más dañino para la organización que una jerarquía que no inspire, cabezas que están pensando mas en cuidar el status quo y en controlar sus miedos que en servir a sus clientes y generar valor. Esos jefes son más bien continuadores de las inercias que promotores del cambio y del crecimiento.
Más obligación tienen de influir positivamente los que por vocación profesional o por circunstancias de la vida nos toca hacer cabeza en las organizaciones, porque el peso específico que tenemos es mayor y somos el referente de otros. Por esta razón, un liderazgo que no tiene entusiasmo terminará por no inspirar, por dejarnos fríos y más que un proceso racional, la inspiración debe llegar al corazón.
La capacidad de liderazgo va directamente relacionada con la capacidad de influir, de transformar positivamente, de mover a la acción, de ilusionar para transformar la realidad. Esa capacidad de influir es la que lleva a las personas a ponerse metas y a intentar cumplirlas con el esfuerzo continuado, el mismo que desemboca en la adquisición de hábitos y que culmina en hacernos mejor personas.
El trabajo tiene la capacidad de hacernos mejores, de provocar cambios en nosotros mismos, nos lleva a desarrollar nuevas competencias, nuevas habilidades y en última instancia en avanzar en la mejora personal.
Un líder que transforma tiene tres tareas básicas:
- Definir la estrategia, proponer sus ajustes y asegurarse de su cumplimiento
- Desarrollar a las personas de su equipo
- Vigilar la eficacia de la operación
La estrategia no se limita a realizar un ejercicio de planeación estratégica anualmente, se trata de revisar periódicamente que las metas se vayan cumpliendo y obliga a mantener la mirada en el cliente para pivotear cada que sea necesario
Desarrollar a las personas permitirá justamente influir positivamente en ellas, no sólo para facilitar el cumplimiento de las metas de la organización sino para ayudarlos a ser mejores personas, si se busca con sinceridad que todos en la vayan mejorando en todos los aspectos de su vida se logrará una comunidad de trabajo en la que la colaboración y la confianza serán pilares de la convivencia.
Vigilar la operación siempre será un tema necesario, las metas deben cumplirse de forma eficaz, pero no son por mucho el único fin y tal vez no siempre el más importante. Muchos directivos suelen concentrarse en este aspecto privilegiándolo sobre los otros dos, logrando como resultado organizaciones lentas en las que no se desarrollan ampliamente las capacidades de las personas.
Para ser estratégico es necesario tomar distancia de la operación, de otra forma se dejarán las decisiones a gestores venidos a más con resultados mediocres y no a líderes inspiradores que podrán transformar a las organizaciones.
Jorge Peralta
@japeraltag
@idearialab
No hay comentarios:
Publicar un comentario