Una
de las grandes ventas de una startup
en comparación con las grandes empresas es su agilidad y su sentido de
urgencia. Aunque es un término muy difundido en algunos ambientes genera
todavía cierta confusión, por eso conviene aclarar que una startup es una forma temporal de empresa que tiene como objetivo la
construcción de un nuevo modelo de negocio. Como todas las cosas que comienzan,
las startups tienen inherente un riesgo, y habría que precisar, se trata de un
riesgo alto, porque comenzar de la nada y sin recursos puede ser una misión
imposible llena de incertidumbre.
La
dinámica con la que se comportan actualmente los mercados provoca que las bases
sobre las que está fundamentado el modelo de negocio de muchas empresas cambie
con mayor rapidez de lo que sucedía antes, lo que traerá como consecuencia
llegar niveles de obsolescencia de forma más acelerada. Hoy las empresas tienen
que renovarse continuamente y con mayor profundidad, por lo menos más que lo
que sucedía en el pasado, si quieren permanecer vigentes en el gusto de sus
clientes.
Sin
agilidad y sin sentido de urgencia difícilmente una organización podrá acelerar
sus cambios y ponerse en sintonía con el dinamismo de sus mercados, lo cual
aplica no sólo para empresas relacionadas directamente con la tecnología sino
en prácticamente todas las actividades empresariales, incluidas las más
tradicionales.
Sin
un ambiente adecuado que le permita a una organización percibir, entender y
procesar los cambios de hábitos en sus clientes y con ello actualizar su
oferta, difícilmente podrá mantener vigente, especialmente aquellas
organizaciones que aspiran a poseer el liderazgo en sus mercados.
Para
lograrlo las organizaciones tendrán que responderse principalmente dos
preguntas:
- ¿Cómo mantener esa agilidad para innovar como una startup?
- ¿De que forma encontrar esas ideas que les permitan sorprender constantemente a sus clientes e incorporar nuevos?
Para
mantener la agilidad empresarial es indispensable no perder de vista que las organizaciones
están formadas por personas, y las personas de forma natural tendemos a las
rutinas; rutinas que tarde que temprano van generando una resistencia al cambio
natural y que poco a poco nos van llevando a una zona de confort de la que no
nos gusta salir.
Sólo
hay dos formas de salir de la rutina y de la zona de confort: la buena, convenciéndose de las bondades
de mantenerse alertas ante los cambios de nuestros clientes o bien la mala, aquella que te deja ver que vas
tarde y que si no te apuras te mueres.
En
la mayor parte de los casos cuando una organización entra en rutinas y es lenta
para cambiar se debe principalmente a sus directores, si los empleados son
incompetentes, los directores lo son aún más porque han permitido que esa sea
la cultura de la organización.
Respecto
a la forma de renovarse son frecuentemente 3 las fuentes de inspiración para
orientar el cambio:
- Problemas no resueltos de nuestros mismos clientes.
- Resolver de una mejor forma algo que ya necesitan: más rápido, más calidad o mejor experiencia, mejorando la vida de las personas.
- Volverse más accesibles en cuanto a conveniencia o en cuanto a precio
Cada
uno de esos tres aspectos llevará a:
- Renovar la oferta, es decir renovar la línea de productos o servicios o bien mejorar los procesos para mejorar la experiencia del cliente.
- Renovar el modelo de negocio: otros clientes, otras canales, otra forma de monetizar, otra estructura de costos, etc.
Renovarse
o morir, innovar o correr el riesgo de no hacerlo, sin embargo esas nuevas
ideas no sólo necesitan ser concebidas sino también ejecutadas. Si bien en el
mundo actual nos hemos acostumbrado a oír de motivación, empowerment, estilos
directivos colaborativos, misión, valores y demás rollos (muchos de ellos
sobrevendidos por consultores y sobrevalorados por compradores de “espejitos”).
Cuando las ideas no son ejecutadas y convertidas en algo valioso, apreciado por
los clientes o es como si esas ideas no hubieran existido.
Con frecuencia
se pierde de vista lo fundamental: las empresas viven de lo que pagan sus
clientes y si perdemos de vista el valor que se le ofrece al cliente se puede
perder el tiempo y el dinero en formalismos que aportan poco, mejoras que sólo
son cosméticas y que no se verán reflejadas en el estado de resultados porque
son intrascendentes para los clientes.
Hoy
muchas empresas medianas se han dejado contaminar por una visión demasiado
“corporativa” de las empresas grandes, de una división del trabajo que funciona
bien para organizaciones muy estructuradas pero que puede ser un cáncer para
empresas medianas o pequeñas que no pueden soportar grandes burocracias. Lo que
para las grandes es solidez para las pequeñas puede representar burocracia.
Muchos
directores pierden de vista que dirigen personas y que mientras esas personas
no estén enfocadas en mejorar la vida de sus clientes, perderán la brújula pensando
en el deber ser que habrán aprendido del gurú te turno o en lo que copian de
las empresas grandes. Los ejemplos que enseñan en muchas escuelas de negocios
se parecen más a las empresas corporativas que poco tienen que ver con la mayor
parte de las empresas que tienen otro tamaño y otras circunstancias.
Hoy
es tiempo da buscar la agilidad porque la solidez puede desplantarse en arenas
movedizas que poco a poco merman la capacidad de las organizaciones para ajustar
sus modelos de negocio. Hoy es más
importante regresar a las bases e ir ligero en el camino para cambiar con
agilidad cada que sea necesario, y para estos tiempos que vivimos es cada vez
más necesario. ¿Agilidad de startup o solidez de corporativo? ¿Qué es lo que más necesitas en tu circunstancia? ¿Tú que opinas?
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